ZODIAC LOVE TEAM: IMAGEN, REALIDAD MEDIAL, SIMULACIÓN

Las imágenes agotan los objetos. Si aumentan los dispositivos que producen, reproducen y visualizan imágenes, aumentan los recortes del mundo, entonces la continuidad parece algo viejo y aburrido. En este sentido, lo moderno es ahora lo antiguo, y lo antiguo o clásico es hoy nuevamente una fuente a nuestra disposición. Zodiac love team, el título de la exposición de Valentina Maldonado, Samuel Cortés, Macarena Cuevas y Bastián Arce en galería Panam, hace un guiño al imaginario clásico. La profundidad de esto, sin embargo, es tan sospechosa como su nimiedad (¿qué podría quedarnos a nosotros o al arte de “clásico”?). Por otro lado, y fuera de esta paradoja, Zodiac love team es una muestra sobre realidad y realidad medial.

Liquid de Bastián Arce toca el nudo perceptivo de las dimensiones físicas, o la virtualidad de lo pictórico en lo escultórico. Este nudo es inagotable ya que la relación que establecemos con el mundo, el vínculo primario entre producción y recepción visual, se modifica de acuerdo a los incesantes cambios que produce la tecnología medial. Se trata de la diferencia a la hora de ver una fotografía en el feed de Instagram y ver la misma imagen tatuada en el hombro de una persona; o bien la diferencia entre una pintura al fresco que nos narra solo una historia (está demás decir: para ser recordada) y un comercial de televisión que se transmite quince veces al día durante tres meses en el verano de 1994. Siempre se trata de un problema medial: aquello que percibes como representación y al mismo tiempo lo real de su soporte.

De las disputas por la preeminencia de un punto de vista único en la escultura del siglo XIX (Adolf von Hildebrand) –en otras palabras, volver cuadro la escultura–, pasamos en pocas décadas a pinturas coplanares (Asociación Arte Concreto Invención) que, nacidas del formato pictórico tradicional, rechazaban la condición ortogonal y bidimensional de éste: deseaban expresarse como objeto 1. También, de objetos inertes y bodegones pintados al óleo pasamos intempestivamente a algo llamado ready-made, una idea que se instala como cadáver en el gran relato de la historia del arte de todos los tiempos y que desde ese lugar fractura el esquema de los discursos. Primero, porque su materia es el lenguaje (no necesitamos de las presencia en sí de los objetos para que exista), y segundo, porque el ready-made no obedece a nada más que a sí mismo (es una especie de dispositivo tautológico)2.

En Liquid la experiencia de recorrido se rebela contra el punto de vista referencial: el volumen se vuelve mancha en el registro fotográfico, rehúye al documento, la traducción, la lectura ajena a la visualización in situ (crea su propio simulacro, develando la planitud de la pantalla o cualquier registro bidimensional utilizado). Liquid es una trinchera: la obra no permite el sometimiento a un traspaso literal, provoca una confusión sobre lo real en el soporte. Lo que la línea abstracto-concreta y la línea del ready-made hicieron para garantizar la muerte de las imágenes –en palabras de Jean Baudrillard, «asesinas de lo real»– y salvaguardar así al arte y al espíritu humano de la manipulación maléfica de la representación fue justamente producir objetos-concretos (Kant adelantó: lo único que es presencia en el mundo es el espacio y el tiempo, todo lo demás es representación). No sorprende que esto ocurriera en una época marcada por la gran emergencia y masificación de la imagen instantánea y reproductible. (Hoy en día, por otra parte, la información visual y audiovisual comprime expansivamente el mundo que acontece y del que se tiene huella: no hay globalización sin el traspaso masivo y detallado de datos sensibles, decodificables, no hay globalización sin la conquista plena del mandato de la vista y la audición.)

Arte para sostener audífonos de Macarena Cuevas tiene que ver con este rechazo a las imágenes comprendidas como construcción (huella, pulso, impresión, modelado, etc.). La iconoclasia se vincula precisamente a esta supresión o erradicación de las imágenes. En este sentido, es curioso que el realismo pictórico haya tendido casi por norma a identificarse con los espejos, vale decir, la ausencia del yo creador y el perfecto doble de lo real. (De hecho, la fotografía fue por mucho tiempo, soterradamente, su gran meta; tras su invención, sin embargo, el realismo en pintura no tuvo más remedio que volcarse a una subsistencia de tipo cromática, ligada a la materia pictórica, en un intercambio autoconsciente con lo representado; esto tampoco impidió, por lo demás, su marginación dentro de la marcha ambiciosa del arte del siglo XX, el siglo de las vanguardias).

El espejo es la imagen sin cuerpo, la única imagen/ausencia, tan objetual y concreta como cualquier cosa visible y a la vez la copia exacta del mundo, la virtualidad visual en su mejor diseño. Al no almacenar datos su vida como imagen está oculta, desrealizada, sustituida por una amnesia infinita. Todo muere al tiempo que el mundo en su aparición. En Arte para sostener audífonos este círculo se cierra con el uso trivial y utilitario de la obra (objeto-imagen). ¿Qué lugar en el mundo ocupa esta creación confusa? ¿Cómo deberíamos llamarla o clasificarla? Ahora es cuando Duchamp es superado por la fractura del esquema de los discursos. La palabra, en diálogo y sustitución con la imagen, entra y sale, se multiplica y reactiva continuamente en pantallas que registran otras pantallas, de distintas calidades y formatos, dentro de más y más pantallas, hasta que en un punto tocan lo real, que por lo demás también es representación, plagada de símbolos y huellas que esconden sus propios saltos en el tiempo.

Por su parte, Hits personales de Samuel Cortés se juega por completo en el recorte y la proyección visual que producen los aparatos electrónicos. La transitoriedad de estos –su dependencia a circuitos y fuentes de energía– permite que compartan libremente cualidades tanto con lo dinámico como con lo estático. En la pantalla confluye la huella y a la vez el vacío. (En sentido estricto, el fantasma de una huella.) En Hits personales comparecen signos disonantes ligados al universo de las pantallas (aplicaciones y plataformas virtuales, registros videográficos de todo tipo, diseño y efectos digitales, etcétera), en un orden visual y sonoro que se construye como composición visual, como si se tratase de un collage pictórico donde dialoga el significado latente de signos en flujo.

A través del juego entre dos pantallas, Hits personales pone a rodar una pista audiovisual completamente impura, que no solo evidencia la dislocación de los lenguajes que las propias plataformas y medios de registro imponen (videos virales grabados con celular, documentos televisivos o registros en cámara vhs, emojis, entre otros, todos asociados y restringidos a sus propios espacios de circulación), sino también el potencial creativo o inventivo que se esconde tras estos: la ductilidad que permiten algunos softwares para reordenarlos y transformarlos en experiencia, como si se tratase del «nuevo cuerpo del pintor contemporáneo».

Finalmente, LADA de Valentina Maldonado pone en acción varios de los elementos revisados hasta ahora, en la medida que traspasa formatos sin enclaustrarse en uno particular, o bien sin que podamos determinar a qué esfera pertenece. Se trata de un proyecto que, restringido a un único signo objetual, la puerta de un vehículo Lada, se transforma en un artefacto a la vez literario, performático, cinematográfico, escultórico, virtual, escénico, todo esto gracias a su complementación con un monitor electrónico que transmite una pequeña cinta videográfica. Esta muestra acciones en la ciudad ligadas a la propia condición objetual y conceptual de la puerta Lada. Une realidad documental con diseño en tres dimensiones (este último obtenido a partir del famoso videojuego Grand Theft Auto). LADA consiste en una amalgama de fuentes y procesos constructivos dentro del plano digital, al igual que la obra de Samuel Cortés, pero centrada en la objetualidad o performatividad de una única historia, que a la vez ocupa un lugar “presente” en la galería como parte de ese relato. Es una ficción tautológica en la que no se escapa ni forma ni contenido: todo refiere a un mismo núcleo simbólico.

LADA toma la otra punta del problema planteado por Liquid, así como Hits personales y Arte para sostener audífonos son los polos opuestos de la transmisión en flujo, sin inscripción, de las imágenes: uno como pura creación de datos que diluye todas sus fuentes y otro como objeto concreto que no posee memoria. En este grupo de obras se trazan distintos enfoques ligados a lo perceptivo, lo mimético y lo real, presentes en nuestra vida y en la conducta que manifestamos como especie. Sus características, conforme avanza la tecnología, transforman invariablemente lo que entendemos como realidad: Zodiac love team comparece entonces como el efecto o la inducción de un tiempo específico. Si sus obras guardan algún valor, este se encuentra en la vibración que emana del acto de convertir el presente –sus herramientas– en una situación desinteresada: la única forma en que la experiencia sensible impone normas a la razón.

 

 

(1989) es Licenciado en Artes con mención en Teoría e Historia del Arte de la Universidad de Chile y Magíster en la misma universidad. Ha publicado ensayos, artículos e investigaciones ligadas al arte chileno de las últimas décadas.

Comentar el texto