Nudos de temporalidades
El tiempo se expande, se dilata o se comprime, se acelera o se frena, se desdobla o se retuerce, se prolonga o se interrumpe, se fuga o bien retorna. Esta plasticidad del tiempo opera en la exposición1 de Altamirano conjugando múltiples estratos de la temporalidad biográfica, histórica y social, que dialogan entre sí alternando ritmos y cadencias como sistema de puntuación narrativa. El tiempo como materia (las huellas adheridas a lo vivencial de su transcurso) y el tiempo como experiencia: el involucrarse físicamente en las distintas capas de recuerdos que sedimentan el pasado. Materia y experiencia de una temporalidad multi-estratificada que aflora en los accidentes de recorrido que separan un origen de un destino, un pasado de un futuro, un ya no de un todavía.
Esta exposición cruza la historia (política, social, nacional) con la memoria (la experiencia biográfica, el relato subjetivo, la narración personal). Lo individual y lo colectivo mezclan sus contornos en una zona de sucesivas borraduras. Dice Altamirano que, durante años, “los límites entre el mundo exterior y su mundo interior eran muy difusos”. Y qué duda cabe que en esta exposición, se mezclan -difusamente- la interioridad subjetiva del “yo” (la primera persona) con la exterioridad social y política del “nosotros” de la comunidad. Las redes de conexión o desconexión entre el “yo” (la memoria individual) y el “nosotros” (el relato colectivo) son fluctuantes y transitorias. Ninguna frontera obedece a un trazado firmemente delimitado, tajante. En Altamirano, no existen límites estrictos entre lo individual y lo colectivo, entre la vida del arte y el mundo cotidiano, entre el retirarse de los circuitos profesionales y el volver a visitarlos de vez en cuando, entre lo relevante y lo banal, entre lo masculino y lo femenino, entre lo excepcional y lo insignificante, entre lo bello y lo feo, entre lo activo y lo pasivo. Se podría hablar, en el caso de la vida y obra de Altamirano, de la indeterminación como la de una blanda disposición a abolir las jerarquías, a rehusar lo categórico de las resoluciones terminantes, de los juicios absolutos, de las conclusiones finales. Así lo confirma el título oscilante de la exposición (O si no) en su variabilidad de sentidos dejados sin resolver, indecisos, sensibles a las fluctuaciones del “quizás”, del “tal vez”.
Todos los ejercicios desplegados en la exposición tienen que ver con retomar lo abandonado en tiempos previos para ensayar sucesivas versiones de lo mismo: unas versiones levemente retocadas que se comentan unas a otras en un discurrir (a veces privado a veces público) sobre las paradojas del arte. Las obras de Altamirano suelen dejar constancia del paso del tiempo, por ejemplo, en el deterioro de los materiales. O bien haciendo notar lo fallido de alguna primera tentativa inconclusa, para luego corregir lo que había quedado pendiente. La vida y la obra de Altamirano son la suma entrecruzada de todos estos tiempos que se detienen, se interrumpen y se renuevan develando el modo en que un tiempo muerto (inactivo) se transforma en un tiempo vivo (un tiempo activo, en movimiento). La obra está llena de estos tiempos que no demuestran impaciencia ninguna en ponerse al día, en calzar con la actualidad, en volverse contemporáneos, en estar a la moda, en ser precursores. No es secreto para nadie que la trayectoria artística y profesional de Altamirano está hecha de saltos, lagunas, desapariciones y reapariciones, baches, avances y retrocesos. Ni el “ir hacia adelante”, ni el “detenerse”, ni el “volver atrás” parecen tener otro sentido para él que, simplemente, el de ejercitar el tiempo como reserva, como latencia, como paréntesis, como discontinuidad y reenlace. Esta exposición en el Museo omite las fichas de las obras y sus fechas que contienen aquellos datos que permitirían armar una cronología, fijar un orden de producción artística, siguiendo la recta de un tiempo lineal que va desde atrás hacia adelante, indicando años y señalizando períodos. Aquí, el eje de lo anterior y lo posterior, al confundir sus tiempos, impide medir las fases de una evolución. Al suprimir las fechas y las fichas, Altamirano transgrede el principio museográfico que requiere de la periodización para repertoriar y catalogar las obras. Por un lado, Altamirano insiste en la reiteración del marco, de los marcos dorados, como símbolo y convención de las “obras de museo”. Y, por otro, burla el “arte de museo”, al anular las fechas como indicación temporal que volvería sus obras clasificables como piezas de colección. También frustra la demanda profesional de los investigadores de arte que necesitan de la certeza de estas fechas como datos verificables. El tiempo como indefinición en la exposición de Altamirano in-cumple los requisitos museográficos que volverían las obras fielmente reconocibles, historizables, como obras pertenecientes a una solemne “historia del arte chileno”.
Le hemos leído a Altamirano comentar sus recuerdos de la Escena de Avanzada, quejándose de lo imperioso con la que debía cargar cada afirmación y negación que compartíamos en los ochenta sobre el arte. También lo escuchamos hablar del cansancio (o desinterés) que terminó generando en él esta obligatoriedad de lo rotundo con la que el arte, durante la dictadura, debía hablarle claro y fuerte a la historia. Supongo que el haber vivido tan frenéticamente en los ochenta el tiempo como algo urgido y urgente, desesperado, hizo que este artista de la Escena de Avanzada basculara después hacia un otro extremo: el de negarse a cualquier apremio o premura, el de dejar que el tiempo permanezca detenido durante largos intervalos, sin casi reaccionar a su propio transcurrir, sin perseguir ninguna meta pretrazada, sin obligarse a ningún resultado definitivo. Este tiempo infinitamente paciente de Altamirano, un tiempo casi indolente, es por supuesto, un tiempo contrario al que necesitan productivizar los artistas profesionales de los circuitos del arte internacional: unos artistas que deben ascender en sus carreras, persiguiendo -sin descanso- el éxito como objetivo. La trayectoria de Altamirano, casi distraída respecto de sí misma, absorta en pensar el silencio y en silencio (el silencio de la retrospección y, sobre todo, el de la introspección), se resiste al progreso y a la progresión, a la acumulación de logros que se superan unos a otros. El tiempo como abandono o el tiempo como dejación serían el modo que tiene Altamirano de comunicarnos que se desentiende de la consolidación de lo que se llamaría, profesionalmente, una “carrera artística” en el doble sentido de la palabra “carrera” en tanto velocidad y en tanto competición.
En los ochenta, varias de las obras de Altamirano insistían en las declinaciones de la palabra “chileno”: Versiones residuales de la pintura chilena (1979-1981), Paisaje chileno (1985) y, también (como no), Altamirano, artista chileno (1982). Demás está decir que la palabra “chileno”, en aquellos sombríos años de la dictadura militar, condensaba varios significados en disputa que funcionaban como anversos y reversos de las luchas por la interpretación. “Chileno” era lo “nacional” en la acepción (militarista) de lo “patrio”, cuyo oficialismo denunciaba la Escena de Avanzada como fraude y usurpación. Pero “chileno” era, también, el símbolo de pertenencia e identidad de un cuerpo y un territorio que debían serle arrebatados a la oficialidad del régimen dictatorial, una oficialidad que había expropiado brutalmente todo sentido de comunidad. Recuperar el cuerpo y el territorio (a través de la palabra “chileno”) era parte de lo urgido y urgente que reclamaba Altamirano a comienzos de los ochenta. En la acción Altamirano, artista chileno (1982), el artista -que recorre con una cámara filmando debajo del brazo el trayecto que va del Museo de Bellas Artes a la Biblioteca Nacional- se muestra con el cuerpo agitado (por el ritmo forzado de la carrera) y sin aliento, por el fraseo sobresaltado de la declamación “Altamirano, artista chileno” como si esta fuese la única bandera (la del arte, la de un arte de oposición) a la que aferrarse como algo propio, inapropiable. Después de haberse desenfrenado en esta loca carrera al ritmo de una temporalidad sobre-exaltada, Altamirano se viró hacia un tiempo casi estático. Realizó una instalación en la galería Bucci en 1985 en la que la pantalla de un televisor (re-titulada Paisaje chileno) exhibía las imágenes en circuito cerrado que el artista había captado desde el lugar y posición que ocupaba como vendedor de electrodomésticos en la tienda de Almacenes París: un circuito cerrado que grabada los rostros impávidos, neutros, de los transeúntes grises de la calle filmados desde el interior de la tienda. Es así como el artista pasa del tiempo de la excepción (el arte como acontecimiento, como cuando este se abanderiza (fervoroso) repitiéndose a sí mismo “Altamirano, artista chileno”) al otro tiempo, inverso, de la rutina: el tiempo de la pasividad y del anonimato de sujetos comunes envueltos en un cotidiano ordinario, hecho de serialidad, repetición y monotonía. El tiempo como excepción y el tiempo como rutina es otro de los contrastes de la temporalidad que baraja la obra alternadamente.
En esta exposición (O si no), hay una obra en particular que trabaja una multiplicidad de tiempos que conjugan la pausa y el reanudamiento. Se trata de la obra Revisión crítica de la historia del arte chileno iniciada en 1979 en la galería CAL, retomada veinte años después, en 1999, en la galería Muro Sur, nuevamente abandonada y reactualizada en este 2019, cursando así una secuencia (todavía incompleta) de 40 años. La obra se inició como una obra en proceso, en devenir, ya que se trataba de una encuesta, abierta al público, sobre si “¿Existe un arte nacional?”. La exposición de 1979 de Altamirano posterga su cierre sea porque las respuestas del público no llegan, sea por que la pregunta dejó de ser pertinente o incluso comprensible, sea porque se desvanecieron las ganas del autor de seguir con el cuento de preguntarse (grandilocuentemente) por el rol del arte. Destiempos y contratiempos le dan la oportunidad a la obra de abrirse a los vaivenes de la coyuntura que riman el entremedio del largo tránsito entre dictadura y postransición.
Las respuestas a si “¿Existe un arte nacional?” siguieron pendientes durante años, pese a que la pregunta misma había quedado sepultada bajo el anacronismo cuando la desterritorialización de las fronteras entre países y naciones graficó el vasto mapa llamado “globalización”. La pregunta por lo “nacional” se exhibe hoy como una pregunta atrasada, una pregunta sobrepasada por los vertiginosos cambios epocales del capitalismo globalizado. Mientras el sentido de la pregunta por lo “nacional” se iba diluyendo en el tiempo, Altamirano se cruzó con un grafiti rayado en la calle durante la detención del ex dictador Pinochet en Londres en 1998. La detención de Pinochet en Londres designó el momento en que la transnacionalización de la justicia (el arresto internacional dictado por el juez español Baltasar Garzón) hizo que se cumpliera, fuera de Chile, las sanciones de tribunales que el oficialismo de la transición chilena rechazaba en nombre de la “soberanía nacional” y su inviolabilidad de las fronteras. La obra Revisión crítica de la historia del arte chileno (1979-1999) se ve así atravesada por un primer cortocircuito de lectura y significación en torno a cierres y aperturas: entre, por un lado, la pregunta sobre lo “nacional” hecha desde el encierro de la dictadura (1979) por un arte chileno de la resistencia que se concebía a sí mismo como un arte de frontera y, por otro, la protesta contra la justicia supra-nacional (el grafiti “Libertad a Pinochet”) que reclama contra la borradura de las fronteras que llevaría al enjuiciamiento del ex dictador. El primer abismo temporal que escinde la obra Revisión crítica de la historia del arte chileno como trabajo de arte (2019) adopta la forma de esta torcedura de la memoria histórica y político-nacional. Altamirano, interceptado en su propia biografía por este angustioso nudo de los tiempos, decide prolongar el efecto meramente documental de la imagen fotográfica del grafiti callejero que dice “Libertad a Pinochet” otorgándole a dicha imagen una duración y conservación pictóricas. Además de la gráfica de los sobres, la fotografía del grafiti y la pintura del cuadro, el montaje de Revisión crítica de la historia del arte chileno -en su versión 2019- incluye una cámara, -en el anverso del cuadro, que proyecta los rostros de los espectadores en una pantalla digital ubicada frente a la pintura. Un código QR también figura en el reverso del cuadro, haciendo de enlace con la página web revisioncritica.cl2 que relanza la pregunta de 1979 sobre “el arte nacional” hacia las redes expandidas de lo global. En 1979, el arte sociológico de los sobres y su mecánica del correo postal buscaban sortear el hermetismo de tiempos de clausura atrincherados por las fronteras. Eran tiempos en los que el arte carecía de interlocutores (por eso, el llamado exasperado “el arte necesita que le responda”) mientras que hoy, a través de la página web, abundan los destinatarios en el mundo sobre-informado del arte sin fronteras. De la precariedad gráfica de los sobres a la hipertecnología audiovisual de la cámara y sus redes, pasando por la imagen fotográfica que desplaza al cuadro para volver nuevamente a la pintura como tradición de las Bellas Artes. Altamirano no pretende que lo nuevo sea lo último sino que confía en el desfase de lo no contemporáneo entre técnica e imagen, en el abismo de lo extemporáneo, para que el arte y su temporalidad se desconcierten mutuamente.
El código QR impreso en el reverso del cuadro para enlazar con la página web revisioncritica.cl es parte de una tecnología que habla el lenguaje -veloz- de la performance capitalista (QR: Quick Response). Esta performance capitalista almacena e intercambia los datos, para optimizar el funcionamiento neoliberal de las industrias del marketing. De la materialidad pobre de los sobres-objetos cuyo arte sociológico fue pensado como salida de emergencia a un tiempo de asfixia (1979) a la desmaterialización de los signos-mercancías que opera el código QR (2019) para volver expeditos los intercambios comunicativos de la globalización que, por otro lado, la pintura de Altamirano busca ralentizar. Nueva paradoja temporal entre tardanza, velocidad y lentitud que nos habla de un tiempo del arte disconforme con su actualidad, en repliegue crítico frente a un presente demasiado coincidente consigo mismo. También asoma una paradoja histórica, política y económica, que escinde el montaje de la obra. Frente al cuadro del grafiti pintado (“Libertad a Pinochet”) que conlleva en su anverso el código QR, se proyecta en una pantalla digital (enmarcada por un cuadro dorado) rostros de detenidos desaparecidos. La Revisión crítica de la historia del arte chileno (2019) exhibe así las dos caras de la moneda: la implantación del neoliberalismo y su sociedad de mercado (cifrada en el código QR) y el terrorismo de estado (la violación de los derechos humanos) como doble maquinación de la violencia política y económica de la dictadura. Una tercera paradoja de la obra es existencial. La página web revisioncritica.cl parece querer seguir debatiendo sobre lo obsoleto o no de la pregunta por el “arte nacional”, es decir, es una página web que sigue teniendo expectativas de vida para el arte. Mientras tanto, los retratos de detenidos-desaparecidos nos hablan de vidas truncas cuyo futuro ha sido abruptamente cancelado. El congelamiento en blanco y negro de los rostros fantasmales de los detenidos desaparecidos intercala su duelo en lo fluyente de la serie de imágenes de los visitantes del museo para que esta no siga imperturbable. ¿Será que todo cambia, incluyendo el arte y sus contextos de recepción, menos la comparecencia estática del recuerdo de la ausencia de la presencia de los detenidos desaparecidos? Si todos los tiempos que conjuga la obra de Altamirano son reversibles, podría decirse que el único momento detenido, fijo, inamovible, sería el de la desaparición como un tiempo sin retorno. Tal vez sí, tal vez no. Puede ser que el gesto de mezclar estos rostros congelados con los distintos tiempos que se entrecortan en la obra (el tiempo impasible y el tiempo inquieto: el tiempo de la excepción y de la rutina; el tiempo de la interrupción, la demora y el reinicio; el tiempo del retraso y del desfase; el tiempo de la escisión y de la paradoja;) lleven estos rostros a experimentar otra temporalidad: la de vivir lo detenido-desaparecido como un tiempo en suspenso, un tiempo en espera de la revelación de que se convierta el pasado simple de lo sucedido (la historia) en el futuro compuesto de la justicia, el arte y la crítica.
Notas al pie
- N. del E. El presente texto de Nelly Richard fue leído en un conversatorio sobre la obra de Carlos Altamirano, realizado el 30 de agosto del año en curso, en el Salón Blanco del Museo Nacional de Bellas Artes. Junto a la autora, participaron como expositores Ticio Escobar y Sergio Rojas. Las intervenciones fueron moderadas por Paula Honorato.
- http://www.revisioncritica.cl/