XYZ / Cartografía de un fracaso

   I1

Uno de los tópicos más explotados por la literatura romántica europea es el viaje. El viaje no solo como el desplazamiento obvio de un punto de partida hacia un destino geográfico, sino que fundamentalmente como una búsqueda interior del personaje sobre sí mismo. No se trata sencillamente de turismo baladí. El héroe romántico no se va de vacaciones por el mundo, si no que a través de su tránsito por el mundo se descubre a sí mismo en un viaje espiritual que incluso llega a trascender las distancias, la cercanía, o la lejanía con el inicio de su trayectoria. Enrique de Ofterdingen2 buscó la flor azul por los más recónditos paisajes; su búsqueda se desarrollaba en paralelo a su madurez personal y a su descubrimiento como poeta. La paradoja de la travesía romántica es que para encontrarse a sí mismo es necesario retornar al origen.

Reparemos en algunos ejemplos más cercanos y a la vez más lejanos. Ángel, la niña de las flores3, serie de animé para público infantil transmitida por UCV TV a principios de los ’90, también recurría a la metáfora floral para referirse al viaje interior del personaje, en este caso una heroína. Cansada de viajar por el mundo, y luego de acumular experiencias de vida, Ángel encuentra la flor de siete colores en el jardín de la misma casa de la que partió cuando era una niña. También Ash Ketchum4 de Pueblo Paleta, y Gokú5 realizaron sus respectivos periplos por el mundo, retornando a sus orígenes con experiencias que los hicieron encontrarse a sí mismos a través del viaje físico. El tópico del viaje explotado por el romanticismo europeo, y también por el animé infantil es una alegoría cartográfica de la adolescencia. Qué bonito, que naif.

 

II

¿Qué sucede cuando el viaje no es más que pura búsqueda? En el infierno ilegible latinoamericano no hay paisajes exóticos, no hay esferas del dragón, no hay pokemones, y los claveles rojos sirven para conmemorar a los ausentes (no hay flores azules, menos de siete colores). La búsqueda espiritual de sí mismo se vuelve un placer ocioso y burgués impresentable. No hay viaje, solo búsqueda incesante de los cuerpos que el Estado y el Capital le arrebataron al territorio. El principio de la travesía es la ausencia, pero como la presencia no existe, es una búsqueda sin fin. Una búsqueda infinita en la que apenas se puede llegar a encontrar nombres carentes de cuerpos, rostros carentes de nombres6.

En el infierno ilegible latinoamericano, atravesado por la violencia imperialista y neocolonial, los mapas no sirven para encontrar tesoros perdidos ni santos griales. El infierno ilegible latinoamericano es un mapa de los cadáveres, es una cartografía perpetua de la ausencia de aquello que nunca se podrá encontrar. De aquellos que nunca podremos encontrar. Es por eso que no tenemos el placer del viaje, sino que la obligación de la búsqueda. Todo viaje presupone un recorrido con un inicio y un final claramente delimitados. Al contrario, la búsqueda se vuelve infinita porque no podemos acceder a un final, mucho menos a un final feliz. Buscar algo que nunca se va a encontrar.

 

III

Pablo Linsambarth siempre busca pero nunca encuentra, a pesar de su insistencia infatigable en múltiples medios de representación. Sus videoperformances nos sitúan en dos espacios topográficos insoslayables en la agenda de la memoria y los derechos humanos: óceano y desierto. Tras una primera ojeada de su trabajo tuve la mala intuición de relacionarlo con la obra de Eugenio Dittborn7 ; la cita facilista de vincular el cuerpo del artista con el desgaste corporal de Dittborn. Sin embargo, el trabajo de Linsambarth va más allá de la genealogía del arte chileno, en la medida de que el artista mantiene una postura estoica respecto al paisaje en el que es registrado. La obra videográfica de Linsambarth no se trata de su cuerpo finito fatigado ante la inconmensurable naturaleza. En ninguno de los fotogramas el artista demuestra cansancio físico al material que lo circunda. Por eso digo que su insistencia es infatigable, literalmente no observamos fatiga corporal ni signos de desgaste físico en ninguno de los registros audiovisuales, como tampoco hay fatiga en su cuerpo de obra.

A sus 30 años recién cumplidos, Linsambarth cuenta con un portafolio artístico de doscientas treinta y un páginas, un taller recién habilitado al que llega un repartidor de telas con material en blanco para sus próximos proyectos, conversaciones sobre futuras exposiciones, proyectos, y más proyectos. Artista híperkinetico y sonámbulo que no se da el tiempo de descansar. En su trabajo no hay un ‘viaje’ porque no hay estaciones para el relajo. Hay una búsqueda permanente. 24/7/54/365 unidades de tiempo dedicadas a la búsqueda: la búsqueda de los otros, la búsqueda de los suyos, la búsqueda de sí mismo, y la búsqueda del territorio que nos reúne y nos divide al mismo tiempo.

IV

La búsqueda del artista se sitúa en la intersección del paisaje, el territorio y el cuerpo, interpelados a través de una propuesta visual inabarcable. Resulta obvio, aunque no por eso menos lúcido detenerse en una característica gráfica del montaje de la exposición: el acopio material llevado a cabo por el artista es insoportable tanto en el espacio exhibitivo, como en  los lenguajes artísticos que a duras penas logran sostener su búsqueda insidiosa. Es una búsqueda plurimedial, se despliega entre video, performance, pintura, fotografía, instalación y cartografía. También, en la medida de que el espacio esta sobrepoblado de imágenes de una búsqueda visual avasalladora, aparece otro componente que da cuenta de lo inconmensurable de la propia búsqueda: el diseño de montaje incluso llega a exceder los límites vectoriales que constituyen la abstracción del espacio cartesiano. El cuerpo del artista se mueve en el eje vertical sobre la arena de la cordillera de la costa, recorre el eje horizontal atravesando el océano pacífico, y la mirada del espectador traza una diagonal inconclusa que contempla una pintura de dimensiones monumentales que no cabe en el plano de la galería. X, Y y Z como abstracciones tridimensionales del espacio, son transgredidas por lo concreto e inconmensurable de la búsqueda.

Al respecto, hay un asunto aún pendiente predicho por Walter Benjamin a propósito de las guerras, que ha quedado de manifiesto en nuestro querido infierno ilegible latinoamericano: la magnitud de la catástrofe es irrepresentable. Aunque las estadísticas lo han intentado graficar, el ajuste de cuentas aún está pendiente ¿Nos dice algo que en México D.F. las muertes asciendan a más de 17 mil luego de la conquista de la democracia? ¿Cómo ingresamos 17 mil rostros a un espacio artístico? Mediante la fotografía, la abstracción institucional de los cuerpos, el archivo o la documentación. Toda respuesta a la magnitud de la violencia es impúdica y cruel. Una sola vida no alcanza para buscar 17 mil cuerpos a lo largo de un territorio infernal.

 

Antonio Urrutia Luxoro (Santiago de Chile, 1991) Curador, editor e investigador independiente. Estudiante del Magíster en Teoría e Historia del Arte de la Universidad de Chile y egresado de la Licenciatura en Estética de la UC, donde también se desempeña como ayudante de cátedra en cursos de la línea de Historia del arte. Ha expuesto en congresos y encuentros académicos en Chile, Argentina y México. Sus textos han sido publicados en libros compilatorios, memorias de congresos y revistas online. Ha curado exposiciones individuales y colectivas; entre ellas Cuerpos Cavernosos, ¡He aquí el hombre!, Androdecadencias, y la 3era versión de FAE Festival de Arte Erótico. Actualmente trabaja como asesor curatorial en la galería Factoría Santa Rosa y como editor en Écfrasis, Estudios críticos de arte y cultura contemporánea.

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